10 febrero 2013

Aprendiendo a volar



Al ras del suelo no se siente. 

No sientes el aire que toca tu cara cuando el viento sopla. No sientes los golpes tan fuertes, porque estas muy cerca de caer y no te da miedo levantarte porque sabes que puedes hacerlo y te conformas con solo hacer eso, volverte a poner de pie. Te quedas en el mismo lugar, caminando el mismo rumbo con el mismo paso tranquilo, sin retos. Se pierde la felicidad, se queda estática. Se siente todo tan igual que ya no se siente nada.

Al ras del suelo no se ve igual.

No se ve igual el color de las cosas, porque la sombra puede hacer que se vuelva más opaco o más brillante. Siempre hay algo que está ahí estorbando y no te deja ver con claridad que es lo que de verdad es. La luz se llena de polvo y el polvo hace que se vea todo mucho más nebuloso, complicado. No se ven las sonrisas, solo se ven las arrugas y las cicatrices. Se ve mas oscuro que lo que es realmente.

Al ras del suelo no se escucha igual.

No escuchas la verdadera voz de las personas y de las cosas que hacen ruido constante a tu alrededor. No distingues entre tanto caos, tanto claxon, tanto metal repiqueteando en los edificios, los coches, los botes de toda esa basura que te rodea. Simplemente no puedes escuchar. No te escuchas a ti mismo, ni a tu corazón.

Por eso, aprendí a volar. 

Aprendí a sentir esa seguridad en mi, de saber que tengo la fuerza para no caerme y que si lo hago me va a doler, pero vale la pena volver a subir y emprender de nuevo. Aprendí que las cosas se ven diferentes, más claras, llenas de color y de luz. Que la altura no siempre da claridad pero si da entendimiento. Entendimiento de mi, de mi cuerpo, de mi manera de vivir y de la manera en que quiero hacerlo. Que la oscuridad es solo el comienzo, pero que la luz llegará mucho más intensa cuando avance poco a poco y que siempre habrá algo iluminando mi trayecto. 

Aprendí a escuchar mi propia voz, la que me trata de decir "no puedo" pero que se calla con cada gota de sudor de mi esfuerzo. Que es apabullada por las voces de otras aves que me rodean y que me impulsan a ser mejor cada día, a demostrarme a mi misma y a los demás que no se vale tirar la toalla, que hay que salir y volar, volar muy alto. Que el ruido que me espera es de los aplausos al final del camino reconociendo mi dedicación. 

Aprendí que el dolor es menor que mi satisfacción. Cada moretón, cada rasguño, cada músculo adolorido es solo un recordatorio de mis ganas de llegar alto, tan alto que pueda tocar las nubes y sentir el sol en mi cara. Mi cuerpo responde a mi mente, controlada, entrenada para transformar ese dolor en sonrisas, en compañerismo, en algo mucho más que solo dolor. Comprendí mi capacidad de tomar el control de mi vida, esa lección es la mas importante. Puedo hacerlo y quiero hacerlo.

Aprendo a volar, pero lo más importante, aprendo a volar conmigo. 

Gracias Pau y a todas las polerinas. Ustedes son mi inspiración. Las adoro.

Jimena


03 febrero 2013

Mientras tu dormías...



Mientras tu dormías, escuche a las aves cantar. Entonaron notas que me resultaron familiares y en algún momento te imagine cantando al pie de mi balcón. Era una melodía melosa, de esas que empalagan el corazón pero endulzan el alma. 

Me asomé por la ventana y note la dulce brisa de una mañana poco común y nada corriente. Tome un largo trago de luz a través de mis ojos y disfrute el aroma de las flores. Las aves seguían cantando y de ves en cuando podía verlas a través de las ramas del gran árbol que esta enfrente de mi ventana; no había ningún rastro de ti, ni de tu voz, ni de tu aroma. Era el día el que me daba la bienvenida, todo esto mientras tu dormías.

Me tomé un café, con sabor a dicha y a un "despiértate" necesario. Acaricie la temperatura de la taza que casualmente tiene la misma temperatura de tu rostro, la tome entre mis manos y pensé en lo mucho que me gustaría acariciar tus mejillas imperfectas. Al mover la taza derramé un poco de líquido, lo que me trajo de nuevo a la tierra y me hizo pensar en que tengo que ponerme los zapatos para salir a conquistar el mundo. Esos mismos zapatos que combinaban con el color de tus ojos y que tanto te gustaba que usara cuando caminaba contigo de la mano por el parque una tarde de Domingo. Sigue siendo temprano para ti.

Me bañe, me puse mi mejor sonrisa, adornada con un toque de color para hacer menos pesada la carga de no tenerte cerca. Saque del fondo del cajón ese suéter que solo sale en temporadas como esta y que al usarlo me pica, provocando que me acaricie el brazo mas de la cuenta pero me distraigo pensando que si fuera tu mano la que hace el trabajo por mi. Nada de esto sucede a menudo, solo cuando pienso ¿cuanto tiempo más estarás dormido?.

Salí a la calle y disfrute el sonido de la ciudad. Tan aprisa y tan calmada que es difícil seguirle el paso, cuando necesitas detenerte a pensar y buscas ese abrazo que no llega, pero que aún así, una palmada en el hombro te dice que ya es tarde y que probablemente el despertador se quedó dormido. Muerdo mi labio, pensando en que eso es casi imposible y miro al cielo con la esperanza de verte reflejado en una de esas nubes que tanto me gusta mirar, con formas tan irregulares como mi forma de ser y que pueden llegar a llorar más que cualquiera. ¿Cómo es que algo tan suave y blanco puede convertirse en una amenaza?. Parece que me escucha y me escupe en un ojo para que regrese a lo mío.

Transcurre la tarde. Veo edificios, calles, niños, jóvenes y adultos. Todos despiertos. De ti, no se nada.

Llega la noche, vuelo a casa para transformarme en un ovillo y llenar mis piernas de libros de los que trataré de hablarte, pero que se que sus palabras no se escucharán fuera de mi cabeza. Tardo en leer una historia más y espero a que llegue el cansancio, para apagar la luz y disfrutar del poco brillo de las estrellas que brillaban en tus ojos algunas tardes de Octubre y no necesitaba buscarlas muy arriba. Por esas fechas es cuando puedo mirarlas un poco más intensas que el resto del año, con ayuda de una luna enorme que no duda en asomarse para recordarme que no importa que la gente duerma y no la vea, habrá otros ojos que prefieran esperar a que ella llegue. 

Mientras todo esto sucede, tu sigues dormido querido amor. Y yo, sigo escribiendo.

Jimena