Al ras del suelo no se siente.
No sientes el aire que toca tu cara cuando el viento sopla. No sientes los golpes tan fuertes, porque estas muy cerca de caer y no te da miedo levantarte porque sabes que puedes hacerlo y te conformas con solo hacer eso, volverte a poner de pie. Te quedas en el mismo lugar, caminando el mismo rumbo con el mismo paso tranquilo, sin retos. Se pierde la felicidad, se queda estática. Se siente todo tan igual que ya no se siente nada.
Al ras del suelo no se ve igual.
No se ve igual el color de las cosas, porque la sombra puede hacer que se vuelva más opaco o más brillante. Siempre hay algo que está ahí estorbando y no te deja ver con claridad que es lo que de verdad es. La luz se llena de polvo y el polvo hace que se vea todo mucho más nebuloso, complicado. No se ven las sonrisas, solo se ven las arrugas y las cicatrices. Se ve mas oscuro que lo que es realmente.
Al ras del suelo no se escucha igual.
No escuchas la verdadera voz de las personas y de las cosas que hacen ruido constante a tu alrededor. No distingues entre tanto caos, tanto claxon, tanto metal repiqueteando en los edificios, los coches, los botes de toda esa basura que te rodea. Simplemente no puedes escuchar. No te escuchas a ti mismo, ni a tu corazón.
Por eso, aprendí a volar.
Aprendí a sentir esa seguridad en mi, de saber que tengo la fuerza para no caerme y que si lo hago me va a doler, pero vale la pena volver a subir y emprender de nuevo. Aprendí que las cosas se ven diferentes, más claras, llenas de color y de luz. Que la altura no siempre da claridad pero si da entendimiento. Entendimiento de mi, de mi cuerpo, de mi manera de vivir y de la manera en que quiero hacerlo. Que la oscuridad es solo el comienzo, pero que la luz llegará mucho más intensa cuando avance poco a poco y que siempre habrá algo iluminando mi trayecto.
Aprendí a escuchar mi propia voz, la que me trata de decir "no puedo" pero que se calla con cada gota de sudor de mi esfuerzo. Que es apabullada por las voces de otras aves que me rodean y que me impulsan a ser mejor cada día, a demostrarme a mi misma y a los demás que no se vale tirar la toalla, que hay que salir y volar, volar muy alto. Que el ruido que me espera es de los aplausos al final del camino reconociendo mi dedicación.
Aprendí que el dolor es menor que mi satisfacción. Cada moretón, cada rasguño, cada músculo adolorido es solo un recordatorio de mis ganas de llegar alto, tan alto que pueda tocar las nubes y sentir el sol en mi cara. Mi cuerpo responde a mi mente, controlada, entrenada para transformar ese dolor en sonrisas, en compañerismo, en algo mucho más que solo dolor. Comprendí mi capacidad de tomar el control de mi vida, esa lección es la mas importante. Puedo hacerlo y quiero hacerlo.
Aprendo a volar, pero lo más importante, aprendo a volar conmigo.
Gracias Pau y a todas las polerinas. Ustedes son mi inspiración. Las adoro.
Jimena
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